Centenario del cantón Santa Bárbara de Heredia

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Continuación del Capítulo IV

La gente cocinaba con leña, que era traída y cortada por los hombres y amontonada bajo techo que se quemaba en pequeños fogones.
Las casas campesinas generalmente tenían paredes de madera y techo con tejas, muchas tenían pisos de tierra. En esas casas se encontraban herramientas, muebles caseros y piedras de moler y morteros indígenas para desgranar el maíz.

Hoy, los residentes más acomodados viven por lo general en casas de un solo piso. Estas tienen al frente un corredor de baldosas o cemento, un jardín bien recortado, cochera o garaje y una entrada pavimentada.

Las mujeres chorreaban agua hirviendo en una bolsa que contiene café en polvo, quizás de su propio cafetal; y se sentaban a saborear una taza de café tinto endulzado con varias cucharadas de azúcar blanco o de miel de tapa de dulce preparada en casa, f Luego preparaban el almuerzo, que un niño llevaba a los hombres para su corta pausa a las 9 a.m., tortillas o pan blanco, platillos de frijoles negros y arroz, una botella de agua dulce (dulce de tapa disuelto en agua caliente) y quizás un poco de chorizo, carne o huevos.

Los hombres se levantaban a las cinco o más temprano, si tenían que ir lejos y se ponían los pantalones y camisas usados, el delantal de mezclilla, un sombrero de lona y un machete envainado. Los zapatos, que eran pocas las personas que los usaban, se reservaban para la misa y otras ocasiones especiales. Era común que toda la familia usara botas de hule durante la estación lluviosa cuando los caminos y trillos se llenaban de lodo.

Como a las 6 a.m., los niños se bañaban y tomaban un desayuno incluyendo el café. Luego las mujeres lavaban la ropa con un jabón de barra, en una parte de la pila la enjabonaban y restregaban, en la otra la enjuagaban y la tendían en el césped o en algunos arbustos, durante un día o más para que se blanqueara. Las ropas secas se aplanchaban con una plancha que se calentaba en la estufa; se ponían varias a calentar mientras se enfriaba la que estaba en uso.

Las comidas se preparaban todos los días de la misma manera. Poco después del mediodía, los hombres regresaban de su jornada y tomaban café con pan. Luego quizás se sentaban un rato, pero lo más probable era que no durmiera la siesta.

Hace treinta años el barbareño pasaba la mayor parte de las tardes trabajando su parcela o haciendo muebles rudimentarios para la casa. Hoy menos peones tienen casa propia y la mayoría compra los muebles y la comida. Ya casi ningún barbareño pasa la tarde cortando leña, jugando con los niños, escuchando la radio o conversando con otros hombres en una esquina de la calle, como se hacía años atrás.

Las mujeres pasaban la tarde terminando las faenas domésticas y cociendo los frijoles.
Después de comida, las mujeres lavaban los platos, acostaban a los niños más pequeños y a veces decían una oración con ellos. Antes de acostarse rezaban el rosario.

La educación:
En tiempos pasados la educación era uno de los aspectos más difíciles que el campesino barbareño podía llegar a alcanzar, dado que sí había escuela, pero no colegio como hoy, y las personas que querían continuar sus estudios lo hacían en Heredia o en San José. Para el barbareño era muy difícil traspasar el umbral de un colegio; salían de sexto grado de la escuela y los ponían a trabajar, la mayoría ni siquiera llegaba a cuarto grado.

La educación en tiempos pasados era muy rigurosa, porque los niños que se portaban mal les pegaban y los padres agradecían al maestro por aquello.

Hábitos de residencia:
Hasta hace cincuenta años, era usual que la recién casada se fuera a vivir con la familia de su marido. Los hijos campesinos continuaban trabajando en las tierras de la familia, mientras que su esposa quedaba sujeta en gran parte a la autoridad de la suegra en los asuntos de la casa. Si el terreno de un señor que poseía propiedades era dividido después de su muerte, los parientes ayudaban a cada hijo a construir una casa nueva en la parcela que le correspondía. Como resultado en Santa Bárbara, aún hoy, un solo apellido predomina en varios metros cuadrados.

Actualmente muchos recién casados se rehusan vivir bajo un mismo techo con cualquiera de los padres, a menos que la pobreza los obligue temporalmente. En el presente hay menos propiedades unificadas que a principios de siglo. Debido a esto, así como a la mejoría en el transporte y a la posibilidad de trabajos nuevos en todo el país, muchas parejas casadas viven a cierta distancia de ambas familias.

Eí nacimiento y la infancia:
Generalmente, al nacer un niño en Santa Bárbara, los padres del mismo pedían a una mujer y a un hombre, preferentemente una pareja casada, para que fueran los padrinos de la criatura. Estos casi siempre eran amigos o parientes de uno de los padres.

Los padres y los padrinos del niño son compadres entre sí, y según la tradición, siempre tenían una obligación moral de ayuda y respeto mutuo.
El primer cumpleaños era una gran ocasión. Los padres a veces mataban un cerdo e invitaban a parientes y vecinos para celebrarlo. Hoy día, este tipo de celebraciones son escasas, dada la grave crisis económica por la que atraviesa el país. Los cumpleaños se celebran generalmente en privado, salvo los quince años de las muchachas.

Hace cuarenta años el padre era el que imponía la disciplina y a menudo usaba la faja o la cubierta de cuero del cuchillo para castigar a un niño por desobediencia o por falta de respeto a sus mayores.

El niño debía dirigirse a sus padres diciéndoles, señor, señora y era prohibido pasar entre dos adultos sentados o tomar parte en su conversación. Se exigía obediencia inmediata.

La maestra también podía castigar a los niños irrespetuosos o perezosos. A los juguetones y a los muy lentos, los maestros les daban una paliza enfrente de los otros alumnos o los hincaban por horas en granos de maíz, o los obligaban a sostener piedras pesadas con lo brazos estirados. Los padres agradecidos, a veces le daban a la maestra algún regalo como un pollo. Las personas mayores creían que el castigo severo traía beneficios morales y espirituales: «Mejor ir roto al cielo que entero al infierno».

El noviazgo y el matrimonio:
Hasta fines de los cuarenta, en Santa Bárbara, los novios no importaba cuan cercanos estuvieran del matrimonio, raras veces salían juntos, sino que se veían en la casa de la muchacha. Si el interés del muchacho en la joven era recíproco, él solicitaba la entrada a la casa. Raras veces se permitían visitas más de una vez por semana y por lo menos uno de los padres permanecía en la sala con la pareja. Cuando el novio venía a visitar, él y su novia no se podían tocar, salvo para darse la mano Si llegaba a oídos de sus padres que ella le había hablado siquiera en la calle, recibía una buena paliza.

Se presumía que un muchacho, que pedía la entrada a la casa, estaba considerando seriamente el matrimonio. Si una muchacha había tenido varios novios, se sospechaba que había perdido la virginidad y, por lo tanto, le costaba encontrar marido. Para proteger su reputación y la de sus padres, éstos le prohibían con frecuencia a una muchacha tener un amigo, aparte de su novio. El padre concedía la entrada por un tiempo determinado, raras veces, más de un año. Si al final de ese período el novio no había dicho nada de matrimonio, la muchacha, o con más frecuencia el padre, le pedía terminar las visitas.

La gente joven de ahora tiene mucho más oportunidad de conocer miembros del sexo opuesto, que hace treinta años. Las muchachas antes no se les permitía llegar a la casa después de las seis de la tarde. Ahora las muchachas llegan con frecuencia hasta las 10,00 p.m. A los varones adolescentes y mayores, desde hace varias décadas, se les ha permitido andar solos cuando quieran, e incluso, quedarse fuera toda la noche, siempre y cuando avisen a sus padres con tiempo.
El noviazgo actualmente comienza con cierta frecuencia en los bailes o en los centros de estudio.

Muchas barbareñas recuerdan con cariño las serenatas con guitarra en la ventana. Hoy, hasta la víspera del matrimonio es que el muchacho llega a expresar su amor con una serenata y canciones dulces, a la media noche. No obstante, parte de lo romántico se ha perdido.

Hasta hace varios años, las bodas se celebraban en la casa; ahora casi todas se efectúan en la iglesia.
Ahora, el novio espera en el altar con su madre que es quien lo entrega. Los invitados hablan afuera hasta el comienzo de la ceremonia. Así que se acomodan los invitados, los padrinos dirigidos a veces por un maestro de ceremonias, desfilan por el pasillo en parejas. Luego vienen las damas de la novia, quizás otras damas y detrás el portajarras. La fiesta de la boda casi siempre es una recepción en casa de los padres de la novia o un club social.

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